Mis recuerdos saben a tequila
Por Rob Hernández
Para mi el dos de noviembre sabe a pan de muerto y a tequila. Y es que hoy es el día en que hacemos fiesta y aventamos la casa por la ventana para recibir a nuestros muertos. Nada me emociona más que ese sentimiento de hermandad, de esperanza y de fe que impregnamos los mexicanos en revivir por un momento a aquellos seres que fueron importantes en nuestra vida.
Este año ha sido especial porque una muerte que nunca imaginé, me alcanzó. En medio de tristezas, desesperación y otros factores que no puedo imaginar, mi mejor amigo -o mi amiga, como nos comunicábamos- tomó la decisión de que este mundo no era el mejor lugar para él y decidió buscar la paz en otros lados, en otras realidades, en otros planos. Mi mejor amiga decidió irse para nunca regresar.
Durante un año lo he tenido muy presente casi todos los días; al principio lo padecí, hoy sonrío al recordarle. Aunque la pregunta latente ha sido “¿Por qué?” o cuáles fueron la serie de decisiones que incidieron para que, aquella noche de noviembre tomara la decisión y tuviera las agallas de él solito quitarse la vida. La pregunta no es como juicio, sino más bien buscando la empatía.
Al pensar en la muerte, también recuerdo el viacrucis que vivimos en mi familia, por una semana, al morir mi abuelita. La desesperación al límite de nuestros nervios, la búsqueda incansable de oxígeno, sus ganas de vivir, la unión de toda la familia, la decisiones menos peores que tuvieron que tomar sus hijos, el avance de la enfermedad en sus pulmones, su aferro a seguir respirando con o sin ayuda, su sonrisa y su mano diciéndonos adiós al entrar al hospital, su cara llena de esperanza de volvernos a ver y vencer al COVID.
Dos momentos diferentes, circunstancias distintas, amores que se fueron, tristezas que me invadieron, sonrisas que hoy se erigen bajo sus recuerdos y el tequila presente. Porque algunos de los mejores momentos que pasé con mi abuela y mi amiga, ameritaban un brindis con ese fermentado mítico de mi tierra jalisciense.
Porque el tequila, entre nosotras, era símbolo de estar presentes y reunidas, de brindar por la felicidad. Sin saberlo, esa era la manera en que se materializaba al menos un poco de la alegría que sentíamos al poder estar juntas; muchas veces lo acompañamos con bailes, otras tantas con carcajadas y algunas veces con lágrimas de comprensión y solidaridad.
Las dos últimas veces que me reuní con mi amiga, hubo tequila. La penúltima me contó del proceso que había pasado, de los pensamientos suicidas que había tenido meses atrás, las acciones que había tomado para salir de la depresión, el acompañamiento profesional que estaba llevando y los cambios que estaba haciendo para sentirse mejor; para ese día yo llevaba un tiempo sin tomar alcohol por temas de salud, pero en ese momento tan íntimo y revelador, no lo pensé dos veces y abrí una botella de tequila para brindar porque ese día se sentía mejor. Después fuimos al concierto de Marisela y cantamos, reímos y disfrutamos con sus canciones, por supuesto brindamos con tequila durante el concierto. La última vez que lo vi, semanas después, fuimos a una fiesta internacional de cosas gays. Él era mi plus one, la mejor compañía que siempre podía tener para ese tipo de eventos; teníamos tiempo que no salíamos a bailar juntos, y en esa ocasión bailamos hasta que el sudor nos empapó y brindamos con tequila, no solo entre nosotros, si no con un chorro de extranjeros que se dieron cita en ese evento. Brindamos por la alegría, vivimos la alegría, bailamos la alegría, sudamos la alegría y abrazamos la alegría esa noche, en honor a toda una vida juntos. No sabía que sería la última que lo vería con vida.
La última navidad que viví con mi abuela la recuerdo perfecto. Después del intercambio en familia, nos quedamos la tarde platicando, jugando y de pronto la música se hizo presente -en mi familia no buscamos pretextos para iniciar la fiesta, los creamos- y mi abuela de casi 80 años, se paró a bailar, le ofrecí un tequilita y aceptó. Y ahí estábamos ella y yo bailando, brindando y disfrutando el momento.
Pero en sus despedidas, también ha estado presente para despedirles. La última imagen que tengo de la casa de mi amiga, es una botella de tequila con la que quizá intentó brindar para alejar las penas. El tequila esa noche, no le ayudó a rememorar la felicidad de otros brindis. La noche que ingresó mi abuela al hospital sabíamos que quizá era la última vez que la veríamos; era difícil que saliera viva debido a la complicación de salud por el COVID. Esa noche, al regresar a casa y estar toda mi familia junta, brindamos por ella entre lágrimas.
¿Qué hay más mexicano que el tequila y el día de muertos? Hoy espero a mis muertos con una botella de tequila, unos caballitos listos y con la actitud de brindar al estilo Jalisco, porque para mí, su olor, cada sorbo y cada gota que escurre por el cristal, es un recuerdo, una alegría de aquellos momentos que tuve con mi amiga y mi abuela, así como con muchas otras personas con las que he brindado en medio de la felicidad. Porque así crecí, tomando tequila en los momentos alegres, usando todos los sentidos para atesorar grandes momentos: compartiendo y mirando a los ojos de las personas al decir salud, de esa manera nos conectamos a través de la vista, con el tacto al agarrar y empujar el vaso por los aires, con el oído al escuchar el choque de los vasos de cristal, con el olfato al percibir su aroma y finalmente nos vinculamos con el gusto al tomar el tequila de la misma botella.
Así que hoy estoy listo con tequila, para dejar que mis recuerdos tengan ese sabor característico, que la nostalgia me acompañe cada vez que se evapore en mi lengua y se escape por mi boca al sonreír por recordarles.